El Escrito Barroco de Fray Agustín de la Madre de Dios, "EL TESORO
ESCONDIDO DEL CARMELO MEXICANO" de una forma muy peculiar y con el
estilo espiritual del siglo XVII, relata curiosos acontecimientos que
ocurrieron en la fundación y creación de las comunidades de Carmelitas
descalzos y descalzas en territorios de la Nueva España. Hoy he querido
recoger un acontecimiento que se relata en este libro, y que
supuestamente sucedió en el Primer Carmelo femenino fundado en America
en el año de 1604 en la Ciudad de Puebla de los Ángeles, México, si bien
debemos leer el texto en su contexto histórico, bien podemos sacar de
provecho lo que el Corazón de La Santa Madre Teresa significaba para sus
hijas, las carmelitas descalzas en aquellos principios románticos de
las comunidades. Un espejo fue el Corazón de Teresa de Jesús, ese
corazón inflamado de amor, y en el cual esta impreso la imagen del buen
Jesús, su vida, su rostro, su infancia, su pasión y todos sus dolores
son manifestados a las Monjas de este convento en el trozo de corazón de
su fundadora, y en el también ven su propia vida y algunas hasta su
muerte. Ojalá que podamos en nuestro caóticos tiempos también contemplar
el corazón herido de amor de Teresa y en el ver al buen Jesús, amoroso y
misericordioso esperando herirnos y que nuestra Seráfica madre nos
permita ver nuestra historia estampada también ahí como hijos suyos. En
Teresa de Jesús y en el Jesús de Teresa.
Les dejo en la pluma de Fray Agustín:
CAPITULO XIII. MUESTRA DIOS RARAS VISIONES A LAS MONJAS DE ESTA CASA EN UN PEDAZO DEL CORAZÓN DE NUESTRA SANTA MADRE.
Este fue un milagro raro y de un modo nunca oído que hizo Dios en esta
santa casa y en una parte del corazón de la gloriosa Teresa, donde como
en espejo cristalino se ha visto y representado el Señor de mil maneras,
queriendo su majestad expresar aquí su rostro y mostrarse tan visible
como si en él se
hallara incorporado. En su puro corazón le veía
santa Teresa cuando estaba en esta vida y ahora quiere el Señor que en
él le vean otros para que conozca el mundo cuán bien se hallan en este
corazón, pues dejó retratada su figura en él como en espejo y en él se
ven como en el verbo eterno mil cosas soberanas. Contemos el suceso:
Sabiendo nuestro padre general fray José de Jesús María el aliento y
perfección con que estas hijas de santa Teresa seguían sus ejemplos,
imitaban sus virtudes y promovían su Orden, les envió una reliquia del
corazón de esta virgen queriendo alentar los suyos a empleos soberanos.
Gozáronla algunos años sin particular misterio y en 1618, oyendo
algunos prodigios y milagrosas visiones que en las reliquias de nuestro
venerable padre fray Juan de la Cruz se habían visto en España, se
juzgaban por indignas de semejantes favores; aunque llamaban bien
afortunadas a las que aquello veían. Estando pues de este modo ansiosas y
recatadas, quiso nuestra santa madre obrar con ellas prodigios y que
viesen en su carne un abreviado
cielo. Día pues de la degollación de
San Juan, que es el 29 de agosto, estaba una religiosa llamada Elvira
de San José que fue de las fundadoras de esta casa en oración en su
celda y sintió en lo interior de su alma un superior impulso de que
fuese a mirar y a venerar la reliquia de la santa, y apenas se puso en
su presencia cuando vio dibujarse en ella un hermosísimo
rostro de
nuestra santa madre, que le dio tanto consuelo cuanto causó admiración.
Tomó en sus manos la soberana presea y no creyendo a sus ojos se la
llevó a la prelada, que era la madre Francisca de la Natividad, la cual
con la subpriora y otras monjas a quien convocó el prodigio la
estuvieron mirando atentamente, y como no veían nada empezaron a
contradecir a Elvira y a ponderar que era aquello negocio de grande peso
y que no se había de afirmar sin fundamento grande; a lo cual la
religiosa decía con sencillez lo que la había pasado y que no era
fantástico delirio sino verdad muy cierta. Estando en esta contienda la
madre subpriora cortó ciertos lirios de oro que adornaban la reliquia y
vido que de repente se representaba en ella un rostro hermoso y lindo de
varón, con barba larga y tan distinto y claro como si fuera pintado con
gran perfección y tan blanco y colorado candidas et rubicundus como lo
vio la esposa. Empezóse a acelerar y a llorar sin ser más en su mano y
dijo a voces “¡Ay, que veo a Cristo con que alargando la cabeza la madre
priora también le vio y todas las religiosas del convento, dando
gracias al Señor por favor tan regalado de haber visto a Teresa y a su
esposo en el espejo de su corazón.
La madre priora Francisca de
la Natividad tomó entonces la reliquia y venerándola con el respeto
debido vio en ella representada a la santísima Virgen con el Dios niño
en sus brazos, hermoso en sobremanera, el cual echaba la bendición a
todas las religiosas; y de allí a un poco le veía una cruz de oro en las
manos y tan distintamente que se señalaban los extremos de la cruz más
gruesos que ella misma y parece la ofrecía a aquellas sus amadas. Luego
se vio en la reliquia una santa de la Orden, de rodillas delante cíe la
Virgen, y esta señora desapareció dentro de breve rato, en lugar de la
cual apareció el padre eterno muy grave y majestuoso, quedando aquella
santa con notable claridad y se llenó de sangre desde la garganta abajo
con pavoroso asombro. Al otro lado de la reliquia vio la misma madre
priora una imagen de la Concepción con manto azul y el cabello como el
mismo oro y luego apareció nuestra madre santa Teresa de Jesús con una
corona muy linda y curiosa en la cabeza, dando a entender a sus hijas el
premio que alcanzó por sus trabajos. De allí a un rato la misma madre
vio que estando como está una partidura en la carne santa (que la tiene
desde que la trujeron de España) se soldó y se juntó con el caso que ya
digo.
Desaparecieron instantáneamente todas las cosas dichas y
como cuando sale el sol debajo de una nube, salió un rostro grande de
Cristo nuestro señor muy afligido con la mano en la mejilla izquierda.
Tenía el rostro como algo recostado sobre ella y la mano derecha, tres
dedos puestos en la derecha mejilla y tenía un horrible capacete de
espinas en la cabeza, el rostro. muy
lleno de sangre, y fue
creciendo e hinchándose de manera que la partidura de la carne se cubría
con el crecimiento y fervor de la sangre que patentemente se veía
hervir y de la fuerza con que la juntura se unió parecía que también
estaba exprimiendo sangre. El rostro estaba tan alterado que los labios
se le abrieron y se le parecía lo blanco de los dientes con la hinchazón
de los labios. De la ventana derecha de la nariz le apuntaba a salir
sangre, tan
colorada y tan fresca como si la sacaran entonces de un
cuerpo sano y vivo. Estaba todo el rostro cárdeno y amancillado y
parecía que por todas partes quería derramar sangre, la tez muy lisa y
tersa, la barba corta y hendida y todo aquel santo rostro hecho un
triste retablo de dolor. De tal manera se presentó esta imagen, tan
dolorosa y significativa de lo que pasó en su pasión sagrada, que no se
puede decir con palabras. Pero de verla la dicha madre priora se
conturbó de suerte, con el dolor y pena, que perdió la vista de los ojos
y se cayó desmayada.
El mismo rostro vio luego la santa madre
Juana de San Pablo y Otras muchas religiosas, quedando todas con tan
tierno sentimiento de la pasión de Cristo cuanto ansiosas de padecer por
él cualquier trabajo y martirio.
La madre Melehora de la
Asunción, que era la subpriora que hemos dicho y la que nos dejó
escritas las cosas de aquesta casa, teniendo una vez en las manos la
reliquia preciosísima vio que la sangre de la santa que se congelaba en
ella empezaba a licuarse y a hervir con mucha fuerza, con lo cual a ella
se le turbó el corazón por ver tan gran prodigio y luego al punto,
quedándose las imágenes que habemos expresado, vio a Cristo nuestro bien
como le pintan en la oración del huerto, postrado, y en tanta manera se
mostraba maltratado, ensangrentado y afligido de la agonía y sudor de
sangre, que no se puede ponderar. A un lado del Señor estaban tres
personas que en el modo de la postura y en todo, y en una como arma que
parece tener el uno, son sin duda los tres apóstoles que estaban en el
huerto con Cristo nuestro señor. El del arma que se entiende ser San
Pedro es más anciano, el otro no lo es y el tercero era muy mozo.
También vio al ángel confortando a Cristo y ofreciéndole el cáliz
doloroso, con lo cual quedó su alma tan tierna y tan compungida que se
echaba bien de ver lo que pretendía Dios con estas apariciones, que era
el aprovechamiento de aquellas piadosas almas.
La misma madre
Melchora vio en otra ocasión el misterio de la Santísima Trinidad
expresado en la reliquia y estaba de esta manera: El padre eterno se
veía en una nube muy arrebolada, lo cual hacía que se viese en alguna
confusión y no muy claramente. Más abajo se miraba una hermosa palomita
que era el espíritu santo y luego un rostro de Cristo afligido y
lastimado, con una horrible corona de espinas en su cabeza y muy llagado
todo. Otra vez vio en la reliquia al glorioso precursor san Juan
Bautista bautizando al Señor en el Jordán. Otra muchos serafines gozosos
y muy alegres y otra vez vio el Señor en el sepulcro, difunto y
desfigurado, causando todo en ella efectos raros de su aprovechamiento.
A la madre Marina de la Cruz, religiosa de gran virtud y prendas, se la
mostró el Señor de mil maneras en la sagrada reliquia, pues además de
haber visto lo que las que hemos dicho, se la manifestó singularmente de
los modos que diré. Vio al santo Monte Calvario muy clara y
distintamente y en medio de él una cruz resplandeciente y hermosa, a los
lados de la cual asistían la
Virgen sacratísima y el evangelista
amado, declarando el dolor que padecían al ver su vida muerta. En la
cruz no había Cristo ni cosa que le mostrase, pero del lado derecho, que
es por donde le abrieron el costado al amante de los hombres, vertía la
misma cruz un caño de roja sangre significando ella a aquél que en ella
fue fuente de salvación. También vio en otra ocasión a un santo de
nuestra Orden, que se entiende ser san Ángel, el cual estaba con hábito
de descalzo carmelita con una palma en la mano y en ella tres coronas de
virgen, doctor y mártir. En el pecho tenía tres heridas y en una el
puñal violento. Partíale la cabeza turquesco alfanje corvo y vertía por
la herida copioso golpe de sangre que teñía con púrpura la capa más
blanca que el armiño. Alentóla este santo con su vista a sufrir muchos
trabajos y la visión que dije de la cruz a padecer en ella, pues nunca
estas visiones son sin fruto ni superfluas las obras del Señor. Mostróla
además de esto su
majestad un día el sagrado misterio del
nacimiento de Cristo, con todas sus circunstancias, y así vio un niño
hermosísimo recostado en un pesebre y a María y José hincados de
rodillas con gran multitud de ángeles cortejando a su dios hombre; y
estaba el santo niño muy risueño y con notable agrado. Otra vez vio al
sagrado precursor vestido de carmelita, que es el hábito que
trujo
él y los demás profetas como verdadero monje, según lo afirman san Juan
Crisóstomo, san Isidoro Pelusiota, Sazomeno, Juan Jerosolimitano,
Paladio, Heraclides, Casiano, Eustasio, Antioco monje, German Patriarca,
Methafraste, Theofilato, Teodoro Baa¬món, Calixto y Otros padres.
A la hermana Mariana de Jesús Nazareno se le mostró en la reliquia una
religiosa nuestra en forma de difunta, la cual estaba puesta en su
ataúd, el rostro transparente y blanco como de cera. Tenía encima del
féretro un paño preciosísimo labrado de primavera de mil colores, las
manos puestas y juntas sobre el pecho y en ellas una cruz de oro. Estaba
acompañándola a su
cabecera un santo como ayudándola a bien morir y
otro a los pies, hincado de rodillas como rogando por ella, en lo cual
conoció que cierta religiosa había de morir presto y que dos santos de
su devoción la habían de asistir en aquel trance; y sucedió del modo que
lo vio en el espejo de este corazón. Vio la misma a san Pedro con
aspecto venerable y que tenía el pecho y la cabeza hecho todo unaascua
de oro, al cual brillaba en un hombro un clarísimo lucero que echaba
rayos de si como el sol entre los astros, y notó
mucho la cabeza de
oro con que resplandecía. Caput eius aurum optimum decía allá en los
cantares aquella amante dichosa, que era de oro muy fino la cabeza de la
iglesia, y si es cierto que lo es Pedro, bien ajustada viene la visión.
Los setenta intérpretes leyeron de este modo: Caput emus aurum Cephas.
La cabeza de ella es oro Pedro. Aquilano dijo claro caput eius aurum
Petrum vel petreum aurum. Y Simaco leyó así: caput ejus lapis aureus. Su
cabeza es piedra de oro, es oro en piedra, es Pedro de oro y es oro
Pedro. Todo lo cual se verifica bien con la visión referida y parece
tuvieron una misma la esposa y esta madre. Ambas le vieron con cabeza de
oro a este santo cabeza de la iglesia, el cual es oro y piedra y piedra
de oro que cimienta y sustenta su edificio. En otra ocasión que estaba
muy afligida vio la misma Mariana de Jesús Nazareno a Jesús Nazareno
niño, hermosísimo encima de una blanca nube con tuniquita morada, corona
de espinas, cruz pesadísima al hombro y que mirándola con un semblante
apacible la daba a entender callado cuan nada eran sus trabajos con los
que él por nosotros padeció. También vio en otra ocasión a nuestro padre
el santo profeta Elías, con hábito y semblante de descalzo carmelita,
en una mano la espada con punta de rayo
ardiente y un libro abierto en la otra como escritor sagrado, dignidad que entre otras le da Orígenes y siguen muchos modernos.
Otras muchas religiosas vieron otras cosas raras en esta santa reliquia
y lo que es más de admirar es que cada una de ellas vio todo lo que las
otras y todas las otras lo que aquélla veía; y así había tantos
testigos de cada cosa cuantas monjas había en el convento. No sé si al
ver que se veían por esta reliquia santa cosas tan admirables y divinas
la llame puerta del cielo o ventana de la gloria, diciendo de Teresa
aquello de Maria Coeli fenestra
facta est. Es aqueste corazón como
ventana del cielo, pues por él se contemplan y divisan las cosas de la
gloria. También es de reparar que estas representaciones o visiones,
imágenes o figuras que en esta parte del corazón de la gloriosa Teresa
vieron tan abonados y religiosos testigos, no eran a modo de las de
pincel que se miran en los cuadros, sino de medio relieve como
estampadas con sello, y es cierto que con sello se estamparon y que era
el sello Cristo: Pone me ut signaculum super cor tuum (decía Cristo a su
esposa) ut signaculum super brachium tuum. Ponme querida mía como sello
en tu corazón y brazo para que en ese corazón y brazo se vea mi figura.
Pone me ut signaculum (id est) verum signaculum (explica aquí Ruperto)
quo sicut annullo vel imagine Christi signatur et decoratur credents et
fidelis anima. Ponme tú como sello en tu corazón amante, que en el
corazón quedará impresa la imagen de mi rostro y en eso se verá cuán
fiel esposa te declaraste siempre. Fiel esposa es Teresa y bien se
prueba en tan continuo milagro con que en su corazón se ve estampado lo
mejor que tiene el cielo, y no es mucho, pues siempre tuvo a Cristo en
su corazón y alma y así se la estampó como hemos dicho y aún hasta ahora
se ve.
TESORO ESCONDIDO EN EL MONTE CARMELO MEXICANO
fray Agustín de la Madre de Dios
Juan +