Sunday, June 17, 2018

El último encuentro de dos santos...

Amanecía el 28 de noviembre de 1581. Una llamada apresurada a la campana del torno requería a la Madre para ir al locutorio.

Ella descorrió los velos negros de la grada. De repente, todo su ser se sintió como convulsionado por un impacto fortísimo al cruzar su mirada con la de aquel frailecillo santo que, años atrás, había penetrado en el camino de su vida después de un encuentro inolvidable en Medina del Campo. ¡Fray Juan de la Cruz!.

El Padre, señalado todavía por el recuerdo de jornadas amargas, enflaquecido y pálido, fijó sus ojos en la figura de la Fundadora, apenas adivinaba al otro lado de la reja en la penumbra de la estrecha habitación. Unos instantes de silencio, acaso velados por las lágrimas. La Madre sabía que debajo del áspero sayal recosido de su primer fraile descalzo, se escondían las señales indelebles de nueve meses de martirio. Los azotes descargados con varas sobre aquella carne inocente habían dejado cicatrices que le durarán hasta la muerte. Después, cuántas cosas... Viajes, fundaciones, visitas, también dulzuras mística inenarrables. Los dos sabían mucho de eso. Ambos reformadores poseían la experiencia de la cruz y de la gloria de Cristo. Los dos se podían comprender, más que nunca, con sólo una mirada. Pero hoy Fray Juan venía a algo más. No se trataba únicamente de recordar hazañas pretéritas que nunca volverían. Él requería la presencia de la fundadora para una nueva empresa: fundar un Carmelo en Granada.

La Madre bajó su cabeza, entre triste y decepcionada. Imposible, Padre Fray Juan. Gracián la había comprometido para levantar otra casa de la Virgen en Burgos. En su lugar irían dos hermanas de las más valiosas de su comunidad: Maria de Cristo y Antonia del Espíritu Santo.

En carta al Padre Gracián comentaba al día siguiente:

-Hoy se han ido las monjas, que me ha dado harta pena y dejado mucha soledad.
(Cta. 406,1)

La anciana fundadora no se curaría jamás de sus achaques de amor. Detrás de esa escueta frase, cuantos desgarrones se escondían. Y no sólo por la despedida de sus monjas. Con ellas se iba, ya para siempre, de su lado, el dulce frailecico de Duruelo, Fray Juan de la Cruz.

(San José de Ávila, rinconcito de Dios, paraíso de su deleite. Monte Carmelo, 1998).

Cristo de los lindos ojos..

Cristo de los lindos ojos
Amado mío, mi Dios
Mi bien y mi todo,
Mi alegría y mi esperanza
Mi luz y claridad,
Mi salud y bienestar
Mi paz y reposo,
Mi esposo,  mi dueño
Mi camino y guía
Mi agua viva,  mi perfume,
Eres mi salvación
Eres mi eterno gozo...

Juan +

Pintura de Jesús atado a la columna mandado pintar por Santa Teresa,  al que llamaba "Cristo de los lindos ojos" innumerables gracias místicas recibió la Madre frente a esta imagen que se conserva en una de las ermitas del Convento de San José de Avila.

Cristo de Santa Teresa (Burgos)

Este cuadro se encuentra en la celda que santa Teresa ocupaba en la fundación de Burgos. Está hecho a partir de la pintura que encargó la Santa y que se encuentra en la fundación de Toledo.

Cristo resucitado nos mira, sostiene la mirada… Conserva las marcas de la Pasión, de la crucifixión. Su rostro no es triste. Manos abiertas en señal de transparencia y verdad, de ofrecimiento. “Soy tuyo y para ti” (Juan de la Cruz).

La santa tuvo una visión en el momento de la muerte de una hermana. Cristo sostenía la cabeza de la hermana entre sus manos en los últimos instantes de su vida, y recibió la confianza y el consuelo de parte del Señor de que así morirían las hermanas de estos Carmelos.

Imaginamos, por tanto, la cabeza de la hermana, en su lecho, en las manos del Señor y oramos sintiéndonos ahí sostenidos, en toda ocasión. Escuchamos a la misma Santa: “Se esté allí con Él, acallado el entendimiento. Si pudiere, ocuparle en que mire que le mira, y le acompañe y hable y pida y se humille y regale con Él, y acuerde que no merecía estar allí. Cuando pudiere hacer esto (aunque sea al principio de comenzar oración), hallará grande provecho, y hace muchos provechos esta manera de oración: al menos hallóle mi alma” (Vida 13,22)

Revista ORAR

-¿Y qué tenéis? ¿Qué os duele? -No lo sé, hermana, pero lo dice la Madre Priora...

Ursula de los Santos tenía ya más de cuarenta años; era un poco tarde para aprender a obedecer, tanto más cuanto que había dirigido autoritariamente su hogar y su familia. Por eso, la Madre Teresa procuraba ejercitarla en la obediencia, probándola con frecuencia, si bien ella salía airosa de todas las pruebas. 

¿Acaso no estaba convencida Teresa de la sinceridad con que obedecía?... Lo estuviera o no, un día decidió someterla a una prueba extraordinaria y, si no se sometía, echarla del convento. 
En una ocasión la interpeló bruscamente:
-¡Ay, hija! Como la compadezco, pecadora de mí. Vaya a acostarse, que lo necesita. 
Y le tomaba el pulso, fingiendo encontrarla muy mal. 
Ursula de los Santos se fue a acostar. A quien se interesaba por su salud, le decía :
-Estoy muy enferma. 
-¿Y qué tenéis? ¿Qué os duele? 
Ursula no vacilaba :
-No lo sé, hermana, pero lo dice la Madre Priora. 

A Teresa no le bastó con eso. Fue a ver a la paciente y le tomó otra vez el pulso:
-¡Ay, que pena! Hermanas, corred a buscar un barbero, que es menester sangrarla. 
El barbero la sangró y la sierva de Dios no dijo ni una palabra. 
Desde entonces, la Madre le mostró un particular afecto. "Y a ella no le hizo daño la sangría y hizo tanto fruto en sus monasterios para sacar sangre del propio parecer". Por que como decía Teresa de Jesús: "La que faltare al voto de obediencia nunca llegará a ser contemplativa, ni aún buena activa", y "no hay camino que lleve más pronto a la suma perfección que el de la obediencia". 

La vida de Santa Teresa de Jesús 
Marcelle Auclair.

"Llamadme el Santo Cristo del Amor"...

Su señoría Ilustrísima, Don Álvaro de Mendoza, Obispo de Ávila, había hecho del convento de San José su favorito. Un crucifijo de tamaño natural que acababan de regalarle le pareció tan apropiado para mover a devoción a sus hijas Descalzas que hizo que se lo llevaran para mostrárselo. Cuando fue a recogerlo, habló con la Madre Teresa a través de la reja de locutorio. Estaban todavía en plena conversación cuando oyeron cantar una letanía inusitada:

- Señor...
-Quedad con nosotras...
-Jesús crucificado...
-Quedad con nosotras.

Las voces se fueron acercando y las monjas entraron procesionalmente en el locutorio, precedidas por dos hermanas que sostenían a duras penas el crucifijo:

- Jesús coronado de espinas...   
- Quedad con nosotras.

Estaban muy serias, pues su representación carecía de malicia. Pero la Madre se sonrojó y, confusa suplicó a Don Álvaro que excusara su temeridad; luego se puso a regañarlas, pero el Obispo se echó a reír con ganas:

-Está bien, está bien: Que se queden con Él.

Y como a veces un milagro premia la inocencia, cuando la más sencilla de todas - María de San José -, conocida por su candor infantil- preguntó a la imagen: "Señor, ¿cómo os llamáis?... Sois a veces "de la Agonía" o "el Salvador", pero vos, ¿qué nombre tenéis?, aquel Cristo le respondió sin que ella se asombrase en absoluto: "Llamadme el Santo Cristo del Amor"...

Vida de Santa Teresa de Jesús
Marcelle Auclair