Acordémonos del amor de Cristo
Con tan buen amigo presente "nuestro Señor Jesucristo", con tan buen
capitán, que se puso en lo primero en el padecer, todo se puede sufrir.
Él ayuda y da esfuerzo, nunca falta, es amigo verdadero. Y veo yo claro,
y he visto después, que para contentar a Dios y que nos haga grandes
mercedes quiere que sea por manos de esta Humanidad sacratísima, en quien dijo su Majestad se deleita.
Muy muchas veces lo he visto por experiencia; hámelo dicho el Señor. He
visto claro que por esta puerta hemos de entrar, si queremos nos
muestre la soberana Majestad grandes secretos. Así que no queramos otro
camino, aunque estemos en la cumbre de contemplación; por aquí vamos
seguros. Este Señor nuestro es por quien nos vienen todos los bienes. Él
lo enseñará; mirando su vida, es el mejor dechado.
¿Qué más
queremos que un tan buen amigo al lado, que no nos dejará en los
trabajos y tribulaciones, como hacen los del mundo? Bienaventurado quien
de verdad le amare y siempre le trajere cabe de sí. Miremos al glorioso
san Pablo, que no parece se le caía de la boca siempre Jesús, como
quien le tenía bien en el corazón. Yo he mirado con cuidado, después que
esto he entendido, de algunos santos, grandes contemplativos, y no iban
por otro camino: san Francisco, san Antonio de Padua, san Bernardo,
santa Catalina de Siena.
Con libertad se ha de andar en este
camino, puestos en las manos de Dios; si su Majestad nos quisiere subir a
ser de los de su cámara y secreto, ir de buena gana.
Siempre
que se piense de Cristo, nos acordemos del amor con que nos hizo tantas
mercedes y cuán grande nos le mostró Dios en darnos tal prenda del que
nos tiene: que amor saca amor. Procuremos ir mirando esto siempre y
despertándonos para amar, porque, si una vez nos hace el Señor merced
que se nos imprima en el corazón de este amor, sernos ha todo fácil, y
obraremos muy en breve y muy sin trabajo.
Santa Teresa de Jesús
(vida, cap. 22, 6-7)
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