Monday, February 4, 2013
"Las grandes amistades están inscritas en el cielo..."
La última vez que Fray Pedro de Alcántara partió de Avila, la despedida
ensombreció la alegría de Teresa: los dos sabían que no volverían a
verse en esta tierra. Ella logró, con su cariño, que tomara su último
almuerzo en uno de los locutorios de la Encarnación y, como era una
buena cocinera, hizo platos deliciosos para aquel que sólo comía hierbas
y pan duro. Extendió un mantel limpio, colocó una vajilla de rustica
loza, pero limpísima, y se puso a servirle con los ojos bajos. Algunas
hermanas fisgonas que metieron la nariz vieron algo sorprendente: Jesús
mismo le daba de comer con sus manos. Así toda la ciudad supo que el
almuerzo había sido "un convite de serafines" y es que las grandes
amistades están inscritas en el cielo, como los grandes amores.
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