Han de ceñirse sus lomos con el cíngulo de la castidad. Han de
fortalecerse sus pechos con pensamientos santos, pues está escrito: el
pensamiento santo te guardará. Han de vestir la coraza de la justicia,
de suerte que amen al Señor Dios suyo con todo el corazón y con toda el
alma, y con todas las fuerzas, y a su prójimo como a ustedes mismos.
Sobre todo hay que embrazar el escudo de
la fe, con que puedan apagar los dardos del maligno; pues sin fe es
imposible agradar a Dios. Han de cubrir la cabeza con el yelmo de la
salvación, que sólo la esperarán del Salvador, que es quien salvará a su
pueblo de sus pecados. En cuanto a la espada del espíritu, que es la
palabra de Dios, abundantemente habite en sus labios y sus corazones. Y
toda cosa que deban hacer, háganla según la palabra del Señor.
(Regla del Carmelo, XIX)
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