Lo santo no esta reñido con lo humano. Ni en personas que han sido
favorecidas por Dios con altísima oración y fenómenos místicos se da
disociación entre lo natural y sobrenatural.
Santa Teresa era toda
jovialidad y sencillez. Se ganaba a la gente con su cariño y gracejo.
Cuando estuvo en Madrid en casa de una dama de alcurnia doña Leonor de
Mascareñas, la portuguesa, dama de honor de la emperatriz Isabel y aya
de Felipe II, todos los devotos de la Corte se apresuraron a visitar a
la "Santa de Ávila". Esperaban que hiciese milagros, o cayese en
éxtasis, o se elevase hasta el techo; pero no manifestó sino una
simpatía humilde y cortes, algo ingenua. Los que aguardaban oír de ella
dichos sublimes quedaban sorprendidos al escucharla: "!Oh que buenas
calles tiene Madrid!", y seguía hablando de la lluvia y del tiempo.
Pero las Descalzas Reales, a las que iba a visitar, estaban
maravilladas "!Bendito sea Dios! Hemos visto a una santa a la que
podemos imitar. Habla, duerme y come igual que nosotras y conversa sin
ceremonias".
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