Recordemos una anécdota teresiana, anécdota que cuenta una sobrina
suya: "Yendo un día la dicha madre Teresa de Jesús a ver a la Duquesa de
Alba, estando en esta villa [Alba de Tormes] en la fundación de esta
casa, llevaba consigo a esta testigo, que era seglar y su sobrina, la
cual se afrentaba [= se avergonzaba] de ir con ella, por verla tan
remendada, y la dicha Madre se reía
mucho de ver cómo esta testigo se afrentaba de ir con ella". Tenía
Teresa 56 años. Teresa no perdió la gracia que la caracterizaba al
encontrarse en trances como éste. Teresa no escondía sus remiendos. Más
bien se reía de quienes se avergonzaban de que anduviese así. A Teresa
le costó llegar a este dominio. Desde sus trece años –más o menos- en
que "comencé a traer galas" (V 2,2) hasta los 46 en que escribe a un
hermano suyo: "para una monjuela como yo, que ya tengo por honra, gloria
a Dios, andar remendada" habían pasado muchas cosas. Teresa había hecho
un camino nada fácil.
Otra anécdota es cuando tenía Teresa 46
años y los superiores la enviaron a Toledo, para que acompañara a una
noble señora desconsolada al haberse quedado viuda. Esta señora, que
había oído hablar de Teresa, pidió a los superiores su compañía para
aminorar su tristeza. Y Teresa pasó medio año en esta tarea, casi como
señora de compañía. Congenió con la noble viuda a la que hizo la vida lo
más agradable posible y quedaron amigas. Un buen día la noble viuda,
tuvo un detalle que Teresa no esperaba. Lo cuenta así la Santa: "Cuando
estaba con aquella señora que he dicho, me acaeció una vez, estando yo
mala del corazón..., como era de mucha caridad, hízome sacar joyas de
oro y piedras, que las tenía de gran valor, en especial una de diamantes
que apreciaban en mucho. Ella pensó que me alegraran; yo estaba
riéndome entre mí y habiendo lástima de ver lo que estiman los hombres,
acordándome de lo que nos tiene guardado el Señor, y pensaba cuán
imposible me sería, aunque yo conmigo misma lo quisiese procurar, tener
en algo aquellas cosas si el Señor no me quitaba la memoria de otras" (V
38,4).
La pobreza no entorpeció la sabiduría en Teresa. Todo
lo contrario. La pobreza era en ella una prueba de sabiduría. Sabiduría,
tal como la presenta el libro de la Sabiduría y que la Iglesia aplica a
La Santa, puede significar acopio de doctrina (así solemos entenderla),
pero significa también, y sobre todo, la cualidad humana de quien
afronta la problemática de la vida, valora los pros y los contras de las
cosas y elige lo que da calidad superando las apariencias humanas y los
juicios vanidosos de mucha gente. Se reconocen mejor los caminos de la
vida en la pobreza que en la riqueza. La dinámica de la "pobreza con
dignidad" es más despierta y activa, más libre y comunitaria, más
esperanzada y solidaria que la riqueza olvidadiza y nunca satisfecha y
saciada, anhelando y actuando, con métodos frecuentemente deleznables,
metas que acaban siendo objeto de envidia y de soledad frustrada, a
pesar de las apariencias.
Moraleja. Escribe Teresa: "Como decía
santa Clara, grandes muros son los de la pobreza". Teresa aprendió de
santa Clara y construyó conventos "sin una blanca". Los pobres hacen
cosas grandes, son sabios de verdad.
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