Saturday, November 10, 2012

El encanto de los escritos de Santa Teresa:


"Los testigos que la oyeron y la leyeron después, aseguran que entre su estilo hablado y el escrito había una asombrosa identidad"

Es delicioso leer los escritos de Santa Teresa, como era delicioso escucharla, que se pasaban sin sentir horas y horas, que transcurrían como un éxtasis.

No era sólo por la amenidad de sus ocurrencias, que fascinaban a los oyentes. Era la constante de unas ideas fenomenales que rebosaban de su propia vida, como chispas de hierro incandescente. Ello hacía que de sus conversaciones salían todos pensativos, notablemente mejorados, como lo fue el joven médico que la atendió en Burgos, el Licenciado Aguiar, "hombre arrojado en sus palabras y decidor de bonísimo entendimiento, a veces mordaz", que con su trato quedó trocado en otro hombre. El mismo declaró: "Tenía la Santa Madre Teresa una deidad consigo, que se le pasaban las horas de todo el día con ella sin sentir, y menos que con gran gusto, y las noches con la esperanza de que la había de ver otro día; porque su habla era muy graciosa, su conversación suavísima y muy grave, cuerda y llana. Entre las gracias que ella tuvo, una de ellas fue que llevaba tras de sí a la parte que quería y al fin que deseaba a todos los que la oían; y parece que tenía el timón en la mano para volver los corazones, por precipitados que fueran, y encaminarlos a la virtud". Esto decía un médico alegre.

No menos notable era el parecer de un gran fraile descalzo que la acompañaba, Fr. Pedro de la Purificación, el cual declaraba: "Una cosa me espantaba de la conversación de esta Madre, y es que aunque estuviese hablando tres y cuatro horas, que sucedía ser necesario estar con ella en negocios, así a solas como acompañado, tenía tan suave conversación, tan altas palabras y la boca llena de alegría, que nunca cansaba, y no había quien pudiese despedirse de ella".

Podíamos temer que aquello fuese pasado a la historia y que sólo se trataba de recuerdos más o menos afectivos de sus admiradores. Lo interesante es que aquel soberano interés ha quedado plasmado en el papel. Los testigos que la oyeron y la leyeron después, aseguran que entre su estilo hablado y el escrito había una asombrosa identidad. Una amiga, Antonia de Guzmán, hija que fue de Dª Guiomar de Ulloa, declaraba: "Le ha acaecido estar leyendo el libro de su Vida y parecerle a esta declarante que oía hablar a la misma santa Teresa de Jesús". Un obispo, que la trató en Burgos cuando era un muchacho de menos de veinte años, Don Pedro de Castro, aseguraba que en sus libros hallaba él hasta el acento de su voz. Decía: "Los que han leido o leyeren sus libros pueden hacer cuenta que oyen a esta santa Madre; porque no he visto dos imágenes o dos retratos tan parecidos entre sí, por mucho que lo sean, como son los libros escritos y el lenguaje y trato ordinario de la santa Madre: aquel enmendarse en algunas ocasiones y decir que no sabe si lo dice como lo ha de decir, y otras cosas a este tono, son todas suyas".

Eran quizá las incidencias de la conversación lo que este obispo recordaba. Pero también es cierto que cuando le oía ciertas razones, temblaba como la hoja de un árbol, aun a través de una reja y unos velos, y los cabellos se le espeluznaban de sagrado terror, pensando que en aquella mujer hablaba Dios. Y no era sólo cómo lo decía, sino porque decía tales cosas que revolvían las conciencias.

Hoy tenemos a mano todos los escritos que ha dejado Santa Teresa. Es un placer imaginarse a sus pies leyéndolos como si la escucháramos, si lo hacemos sin prisas y sin mirar el reloj. Su estilo conciso, luminoso, chispeante, con ocurrencias incesantes y distintas, son para pasar horas deliciosas.

Fray Efrén de la Madre de Dios

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