En el año de 1582, la madre tiene sesenta y siete años, “ya estoy vieja” dice ella a sus hijas. Quería ir a Ávila para dar la profesión a su sobrina Teresita, pero el P. Antonio de Jesús, vicario provincial, le cambió los planes ordenándole que fuese a Alba, porque la duquesa esperaba un hijo y querían tenerla en el momento del alumbramiento.
Esa misma noche, mientras Teresa sufría un desmayo mortal, Doña María de Toledo, la joven, alumbraba prematuramente a D. Fernando Álvarez de Toledo. “¡Bendito sea Dios que ya no será menester esta santa”, diría ella con gracejo. Se puso en camino, un viaje penoso por los dolores físicos y morales que la embargaban, además, venía a Alba herida del mal de la muerte, el corazón herido de amores, no traían nada para comer, en Aldeaseca les dieron unos higos secos, no había más.
Eran las seis de la tarde, del 20 de septiembre de 1582, su enfermera Ana de San Bartolomé nos lo relata. “En este día llegamos a Alba, y tan mala nuestra Madre, que no estuvo para entretenerse con sus monjas. Dijo que se sentía tan quebrantada, que, a parecer no tenía hueso sano”.
Cuando se acostó dijo: ”¡Oh, válgame Dios, y qué cansada me siento; más ha de veinte años que no me acuesto tan temprano como ahora!. ¡Bendito sea Dios que he caído mala entre ellas!”. A la mañana siguiente se levanta para oir la Santa Misa y comulgar. Recorre las dependencias de la casa. Desde aquellas ventanas se divisa el Tormes tantas veces contemplado por Teresa. El día de San Miguel –29 de Septiembre -, después de haber oído Misa y comulgado, se acostó para no levantarse mas.
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