En pleno siglo XVI, una mujer, es más, una monja, se atreve a desafiar al ayuntamiento de su ciudad, Ávila. A la mujer no le falta valentía, pero el desafío es terrible. ¿Qué quería la carmelita, al salir de su ilustre convento de la Encarnación formado por 180 monjas, para encerrarse en un minúsculo Carmelo con cuatro compañeras? Lo sintetiza Benedicto XVI en el mensaje para el 450° aniversario de fundación: «quería propiciar una forma de vida que favoreciera el encuentro personal con el Señor». En este pequeño grupo animado por ella encontramos el núcleo incandescente que, en su vida y después de su muerte, incendiaría el mundo: inflamar a todos de amor a Dios y llevarlos a comprender que, dentro de ellos, latía una Presencia.
Teresa resistió al embate de los tribunales y perseveró en aquella iniciativa, totalmente femenina y guiada por ella, una mujer: el 24 de agosto de 1562 nace aquella rama del Carmelo que se llamará Descalzo. Para Teresa de Jesús, la forma visible no es indiferente. Debe demostrar y hacer comprender la dinámica profunda que está en la base de la vida carmelita: vivir, en pobreza y abandono al Padre, una cotidianidad marcada por la escucha de la Palabra y la alabanza a la Eucaristía.
Teresa en su vida de fundadora y formadora atrajo hacia sí dardos considerables: el nuncio la caracterizó como «fémina inquieta y andariega»; las diversas fuerzas políticas hicieron todo lo posible por eliminar la presencia de sus monjas. Mujeres sin ninguna pretensión de poder económico: el Carmelo descalzo no puede poseer ni bienes ni rentas. Sin ninguna pretensión de poder social: las solitarias viven siempre dentro de su convento, organizado como una comunidad de eremitas. Eremitas, pero eremitas que viven juntas, en una comunidad que Teresa quería alegre y fraterna, hasta el punto de que enseñó a san Juan de la Cruz, cuando llegó el momento de sumar los Descalzos a las Descalzas, el estilo de las recreaciones. Sin ninguna pretensión eclesiástica: las carmelitas (come intuirá más tarde Teresa del Niño Jesús) sólo quieren palpitar «en el corazón de la Iglesia» llevándole el Amor.
Con su pluma, Teresa no sólo formó a sus primeras compañeras y amigas, sino que además entregó a la posteridad un legado fecundo que contagia con su experiencia de Dios propuesta en un lenguaje todavía hoy significativo. Quien vivía cerca de ella, como el sacerdote Juliano de Ávila, intuía que se encontraba ante una doctrina, no sólo ante una experiencia santificante. La lectura de la vida de la madre Teresa que él escribió lo da a entender claramente. Sin embargo, se olvida que fue una mujer la que escribió la primera biografía de la Madre: María de San José, la joven noble a la que le costó mucho aceptar su vocación monástica teresiana.
Para las mujeres de hoy, aunque no sean creyentes, Teresa es una mujer de referencia. Porque es una mujer que piensa por sí misma, parte de su naturaleza femenina para reflexionar y actuar, sin dejarse condicionar.
Cristiana Dobner
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