os, pensaría Teresa.
Los primeros días de enero de 1562, en lo más crudo del invierno, se pone en camino. Procurad, aunque más pena os dé, obedecer, pues en esto está la mayor perfección, dirá. Un viaje largo: tres días en carreta y dos noches en malas posadas. Siempre buscó el camino más perfecto para dar contento a Dios.
Doña Luisa de la Cerda se acababa de quedar viuda en su palacio toledano. La muerte de su marido la hundió en una terrible depresión. Conociendo que en Ávila había una monja de gran virtud y de hechos extraordinarios, quiso tenerla con ella y, usando de sus grandes influencias en la Corte, no paró hasta conseguirlo. Éste fue el motivo por el que santa Teresa viniera por primera vez a la patria de su padre. Llegaron al Palacio de Doña Luisa, hoy conocido como Palacio de Mesa, actual sede de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Políticas. La Santa pasó con ella un invierno. A todos dará contento. En medio de brillos, sedas, reverencias, rencillas y protocolos, la Madre se moverá con elegancia, girando siempre alrededor del eje que mueve su buen hacer: Cristo, su esposo, aposentado en lo hondo de su alma. Cuando se retira a su estancia y cierra la puerta al mundo de fuera, una joven doncella la observa por el ojo de la cerradura y algo le impacta al verla escribir. Dejará su vida en Palacio para seguir a doña Teresa en sus fundaciones. Sería una de las mejores conquistas de Teresa de Jesús.
Teresa se sentará a la luz de un candil, hará correr su pluma. Ha empezado el relato de su vida. Doña Luisa le recomienda a doña Leonor de Mascarenha y también a toda la corte. Doña Leonor, ahora en Madrid en la nueva Corte, era señora de virtudes que enseguida intimó con la Santa. Cuando Teresa viaje de Toledo a Málaga, la recibirá en Madrid y alrededor de ella se reúnen las damas principales de la nueva corte para conocerla. Dijeron de ella: Hemos visto a una santa a quien todos podemos imitar, que habla, duerme y come como nosotras, que conversa sin ceremonias ni melindres. Le presenta también a otros dos curiosos huéspedes: dos italianos que viajan hacia Roma, pero que al conocer a la Santa cambiarán de rumbo. Uno, gran señor, amigo de soberanos y cortesanos europeos de familia noble, y el otro, hijo de campesinos, aprendiz de pintor, que años después, como Juan de la Miseria, la retrató. Una vez más la atracción de esta mujer y sus palabras mudarán sus almas y ambos entrarán carmelitas en Pastrana.
La mandan volver a Ávila y ahora sí podrá ultimar los preparativos de su reforma. Lleva escrita la primera versión de su autobiografía: El Libro de la Vida, del que se dice que es el primer libro escrito en lengua castellana que, siendo de mujer, entra en el patrimonio de Occidente.
Toledo era una ciudad de constrastes. Un rico comerciante, Martín Ramírez, en su lecho de muerte, quiere dejar dinero para fundar una iglesia. El padre jesuita que le asiste le recomienda fundar, con la iglesia, un convento de carmelitas. Muere días después, el 31 de octubre de 1568, dejando poderes para fundar a su hermano Alonso y al yerno de éste, Diego Ortiz. De Toledo le escriben a Teresa que acuda con rapidez, pero de momento no puede ir. Las carmelitas están enfermas de paludismo. Delega en doña Luisa de la Cerda para que consiga las licencias eclesiásticas y los permisos para fundar. Surgen los problemas. Doña Luisa no consigue nada del gobernador eclesiástico, que está en tirantes relaciones con el Cabildo. Se niega a dar las patentes. Los albaceas exigen a la Santa condiciones tan difíciles que el acuerdo se hace imposible. Alonso, dispuesto a buscar casa y dar el dinero, está enfermo. Aunque para fundar un convento sólo se necesita una casa en alquiler y una campanita, no encuentran nada en todo Toledo.
Cuando Regresa a Toledo, doña Luisa no es la misma amiga complaciente de hace ocho años; está esquiva y abandona a la Santa. Los albaceas, enfadados, deshacen el trato, y le niegan los 12.000 ducados que le dejó el difunto. El amigo rico continúa enfermo. La Santa, abandonada de todos, se acerca a su único apoyo, su Esposo, Cristo, al que quiere dar contento en la proezas y en los momentos de fracaso. Díjome el Señor: "Mucho te desatinará, hija, si miras las leyes del mundo. Pon los ojos en Mí, pobre y abandonado"… Planta cara al gobernador eclesiástico, y antes de que termine la audiencia, ya tiene el permiso.
LO MEJOR DE SUS ESCRITOS
A Teresa y sus compañeras, estando un día en una iglesia, se les acerca un personaje extraño, harapiento, quizás un estudiante pobretón, preguntando de parte de un franciscano si necesitan algo. Una casa, le contesta. Alonso de Andrada, como se llamaba, aparece al día siguiente con las llaves de una casa en alquiler. A boca noche del 13 de mayo de 1569 sale un pintoresco cortejo del Palacio de Mesa: tres mujeres cubiertas con mantos, un albañil y dos hombres cargados con cuadros de Cristo que la Santa ha comprado en un mercadillo. Se cree que la casa estaba en la hoy calle San Juan de Dios. Toda la noche estuvieron preparando la habitación que serviría de capilla. Cuando despunta el alba, con una campanilla de las de tañer en Misa, anuncian desde una ventana a todo Toledo que había un nuevo palomar de la Virgen, como llamaba a sus conventos. Se fundó en pobreza extrema, y pasaron hambre y frío.
En 1570, cuando trasladaron el convento a una casa de las buenas de Toledo, no podía creer que sus antiguos mercaderes le daban los 12.000 ducados del difunto, negados un año antes. La casa que compró era nueva. Las monjas andan mohínas porque ya no son pobres, pero han vuelto los amigos, y el pueblo las venera. Los patronos les prometen una iglesia en diez años. Esta casa tan maravillosa fue su quinta fundación y su verdadera quinta de descanso. En aquel tiempo San Juan de la Cruz, estará en la cárcel de Toledo, desde donde escribirá parte del Cántico espiritual, la más alta lírica escrita en castellano. Al fugarse, se refugiará en el convento de las descalzas.
En junio de 1577, dos años antes de su muerte, una Teresa cansada, vieja, calumniada y enferma vuelve a Toledo. Es una monja santa, llena de Dios que sabe que le queda poco que recorrer por los caminos terrenales. Escribe y recibe innumerables cartas. Su correspondencia llega a todos los estratos de la sociedad. Este año de reclusión forzosa fue el más intenso para la literatura teresiana. De una conversación con el padre Jerónimo Gracián nace el impulso para escribir lo que sería la obra mística más elevada. La convecen para que vuelva a escribir aquel Libro de la Vida. Cuando se edite, y hasta hoy, recorrerá el mundo en todas las lenguas con el nombre de Las Moradas o Castillo Interior. Si Teresa nació y renació en Ávila, si en tantas tierras nos dejó su huella…, lo mejor de sus escritos lo escribió en Toledo.
Asunción Aguirrezábal
Los primeros días de enero de 1562, en lo más crudo del invierno, se pone en camino. Procurad, aunque más pena os dé, obedecer, pues en esto está la mayor perfección, dirá. Un viaje largo: tres días en carreta y dos noches en malas posadas. Siempre buscó el camino más perfecto para dar contento a Dios.
Doña Luisa de la Cerda se acababa de quedar viuda en su palacio toledano. La muerte de su marido la hundió en una terrible depresión. Conociendo que en Ávila había una monja de gran virtud y de hechos extraordinarios, quiso tenerla con ella y, usando de sus grandes influencias en la Corte, no paró hasta conseguirlo. Éste fue el motivo por el que santa Teresa viniera por primera vez a la patria de su padre. Llegaron al Palacio de Doña Luisa, hoy conocido como Palacio de Mesa, actual sede de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Políticas. La Santa pasó con ella un invierno. A todos dará contento. En medio de brillos, sedas, reverencias, rencillas y protocolos, la Madre se moverá con elegancia, girando siempre alrededor del eje que mueve su buen hacer: Cristo, su esposo, aposentado en lo hondo de su alma. Cuando se retira a su estancia y cierra la puerta al mundo de fuera, una joven doncella la observa por el ojo de la cerradura y algo le impacta al verla escribir. Dejará su vida en Palacio para seguir a doña Teresa en sus fundaciones. Sería una de las mejores conquistas de Teresa de Jesús.
Teresa se sentará a la luz de un candil, hará correr su pluma. Ha empezado el relato de su vida. Doña Luisa le recomienda a doña Leonor de Mascarenha y también a toda la corte. Doña Leonor, ahora en Madrid en la nueva Corte, era señora de virtudes que enseguida intimó con la Santa. Cuando Teresa viaje de Toledo a Málaga, la recibirá en Madrid y alrededor de ella se reúnen las damas principales de la nueva corte para conocerla. Dijeron de ella: Hemos visto a una santa a quien todos podemos imitar, que habla, duerme y come como nosotras, que conversa sin ceremonias ni melindres. Le presenta también a otros dos curiosos huéspedes: dos italianos que viajan hacia Roma, pero que al conocer a la Santa cambiarán de rumbo. Uno, gran señor, amigo de soberanos y cortesanos europeos de familia noble, y el otro, hijo de campesinos, aprendiz de pintor, que años después, como Juan de la Miseria, la retrató. Una vez más la atracción de esta mujer y sus palabras mudarán sus almas y ambos entrarán carmelitas en Pastrana.
La mandan volver a Ávila y ahora sí podrá ultimar los preparativos de su reforma. Lleva escrita la primera versión de su autobiografía: El Libro de la Vida, del que se dice que es el primer libro escrito en lengua castellana que, siendo de mujer, entra en el patrimonio de Occidente.
Toledo era una ciudad de constrastes. Un rico comerciante, Martín Ramírez, en su lecho de muerte, quiere dejar dinero para fundar una iglesia. El padre jesuita que le asiste le recomienda fundar, con la iglesia, un convento de carmelitas. Muere días después, el 31 de octubre de 1568, dejando poderes para fundar a su hermano Alonso y al yerno de éste, Diego Ortiz. De Toledo le escriben a Teresa que acuda con rapidez, pero de momento no puede ir. Las carmelitas están enfermas de paludismo. Delega en doña Luisa de la Cerda para que consiga las licencias eclesiásticas y los permisos para fundar. Surgen los problemas. Doña Luisa no consigue nada del gobernador eclesiástico, que está en tirantes relaciones con el Cabildo. Se niega a dar las patentes. Los albaceas exigen a la Santa condiciones tan difíciles que el acuerdo se hace imposible. Alonso, dispuesto a buscar casa y dar el dinero, está enfermo. Aunque para fundar un convento sólo se necesita una casa en alquiler y una campanita, no encuentran nada en todo Toledo.
Cuando Regresa a Toledo, doña Luisa no es la misma amiga complaciente de hace ocho años; está esquiva y abandona a la Santa. Los albaceas, enfadados, deshacen el trato, y le niegan los 12.000 ducados que le dejó el difunto. El amigo rico continúa enfermo. La Santa, abandonada de todos, se acerca a su único apoyo, su Esposo, Cristo, al que quiere dar contento en la proezas y en los momentos de fracaso. Díjome el Señor: "Mucho te desatinará, hija, si miras las leyes del mundo. Pon los ojos en Mí, pobre y abandonado"… Planta cara al gobernador eclesiástico, y antes de que termine la audiencia, ya tiene el permiso.
LO MEJOR DE SUS ESCRITOS
A Teresa y sus compañeras, estando un día en una iglesia, se les acerca un personaje extraño, harapiento, quizás un estudiante pobretón, preguntando de parte de un franciscano si necesitan algo. Una casa, le contesta. Alonso de Andrada, como se llamaba, aparece al día siguiente con las llaves de una casa en alquiler. A boca noche del 13 de mayo de 1569 sale un pintoresco cortejo del Palacio de Mesa: tres mujeres cubiertas con mantos, un albañil y dos hombres cargados con cuadros de Cristo que la Santa ha comprado en un mercadillo. Se cree que la casa estaba en la hoy calle San Juan de Dios. Toda la noche estuvieron preparando la habitación que serviría de capilla. Cuando despunta el alba, con una campanilla de las de tañer en Misa, anuncian desde una ventana a todo Toledo que había un nuevo palomar de la Virgen, como llamaba a sus conventos. Se fundó en pobreza extrema, y pasaron hambre y frío.
En 1570, cuando trasladaron el convento a una casa de las buenas de Toledo, no podía creer que sus antiguos mercaderes le daban los 12.000 ducados del difunto, negados un año antes. La casa que compró era nueva. Las monjas andan mohínas porque ya no son pobres, pero han vuelto los amigos, y el pueblo las venera. Los patronos les prometen una iglesia en diez años. Esta casa tan maravillosa fue su quinta fundación y su verdadera quinta de descanso. En aquel tiempo San Juan de la Cruz, estará en la cárcel de Toledo, desde donde escribirá parte del Cántico espiritual, la más alta lírica escrita en castellano. Al fugarse, se refugiará en el convento de las descalzas.
En junio de 1577, dos años antes de su muerte, una Teresa cansada, vieja, calumniada y enferma vuelve a Toledo. Es una monja santa, llena de Dios que sabe que le queda poco que recorrer por los caminos terrenales. Escribe y recibe innumerables cartas. Su correspondencia llega a todos los estratos de la sociedad. Este año de reclusión forzosa fue el más intenso para la literatura teresiana. De una conversación con el padre Jerónimo Gracián nace el impulso para escribir lo que sería la obra mística más elevada. La convecen para que vuelva a escribir aquel Libro de la Vida. Cuando se edite, y hasta hoy, recorrerá el mundo en todas las lenguas con el nombre de Las Moradas o Castillo Interior. Si Teresa nació y renació en Ávila, si en tantas tierras nos dejó su huella…, lo mejor de sus escritos lo escribió en Toledo.
Asunción Aguirrezábal
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